lunes, 24 de noviembre de 2008

Recuerdo de las sierras.


Toda la gracia, toda la belleza, toda la luz reverberan en mi amiga. Vivir cerca de su esplendor compensa cualquier desventura. Además, cuando me ocurre algo malo, mi primer pensamiento es ¿cómo cobrárselo a Violeta? Fatalmente se lo cobro. Huye el administrador con mis ahorros de años de trabajo, se quema el atillo con los recuerdos de papá, muere mi hermano...¿Cuál es mi reacción? Llamar a Violeta sin pérdida de tiempo. ¿Para qué? Para obtener un rato de compañía, unas palabras tiernas. Si alguien juzga que me contento con poco, reflexione que todo es relativo, que para mí ese poco significa mucho, significa-los casos mentados lo prueban-que las desgracias me dejan recuerdos preciosos. A veces creo que en lo hondo de mi corazón las busco, las anhelo. Quién diría que un amor de los llamados platónicos, o algo peor, un amor no correspondido, mueva sentimientos tan reales. Por increíble que parezca, esta situación infortunada me llena de un orgullo amargo, pero firme. Yo quiero, celo, espero y sufro sin recompensa alguna, y me figuro que por ello aventajo moralmente a quienes noche a noche reciben su paga. Desde luego, aspiro a ser el amo de Violeta; si no lo consigo, me conformo con la cariñosa familiaridad que la muchacha otorgaría a un pariente que se hubiera criado con ella, al más generoso de sus tíos o al faldero predilecto, entre sus gatos y sus perros. Conformarse no equivale a renunciar.


Recuerdo de las sierras - Adolfo Bioy Casares.