martes, 5 de mayo de 2009

La despedida - Tania Rodríguez 1º B Bachillerato

La mañana en que ibas a irte de mi lado tal vez para siempre, me levanté agotada, como si no hubiese dormido en toda la noche. Por mi cabeza pasaban a toda velocidad cientos de imágenes que en un primer momento no tenían sentido alguno pues eran borrosas e imprecisas, pero que poco a poco comenzaron a tomar forma en mi cabeza y pasaron de ser sombras incomprensibles a recuerdos vívidos y recientes; tal vez demasiado, pues esto implicaba que también fuesen muy dolorosos en esos instantes. Me inundaba la más terrible de las tristezas y sin embargo la noche anterior me había prometido a mí misma que todo lo que ocurriese ese día tenía que ser especial, que debía exprimir cada uno de los segundos que pasase contigo, pues no sabía cuanto tiempo tardaríamos en volver a estar juntas, si es que esto ocurría algún día. Con un terrible dolor de cabeza y una fuerte presión en el pecho, me levanté con decisión tragando todos y cada uno de los sentimientos que afloraban en mi garganta y con ellos las intensas ganas de llorar y de quedarme en cama para siempre.

Mi primer objetivo fue llegar al baño. Esa mañana actos tan cotidianos como podía ser ducharse y hacer la cama me parecían de lo más complicados y laboriosos. Salí del baño quince minutos después. La verdad es que me encontraba un poco mejor después de haberme dado aquella ducha, la última ducha que me daría estando tú todavía en España, pensé. Bajé a desayunar y también era aquel desayuno el último que tomaría estando tú todavía a apenas una calle más allá de la mía, viviendo a dos escasos minutos de mi casa. Quién nos iba a decir cuando nos conocimos que acabaríamos siendo vecinas. Realmente eso era lo de menos, pero ahora, parándome un momento a pensarlo; las cosas habían cambiado mucho en aquellos dos intensos años, desde luego que habían cambiado. Fue entonces cuando una de las imágenes con las que me había despertado esa mañana incurrió sin previo aviso en mi cabeza y me llevó muy lejos de allí, lejos de mi casa, de mi cocina, de la taza que aún sostenía entre mis manos y en definitiva, lejos de aquella fatídica mañana del 14 de Septiembre del 2008.

Para: Melissa; (658263967)

“Hla Mel! Cmo stás? El último día d

clase no te vi y no pude preguntart x las

notas.Q tl? Yo bstant bien…Oye,

a ver si qdamos algún día ste verano eh?

ya te avisaré y vemos ok? Un beso wpa!”

Ese era el primer sms que te mandaba, cuando apenas éramos dos “conocidas”; no estábamos en la misma clase por lo tanto no podría llamársenos “compañeras” y tampoco se nos podía considerar amigas porque no nos habíamos contado cosas lo suficientemente profundas ni había ocurrido ningún acontecimiento tan especial entre nosotras como para calificarnos de ese modo. Yo lo único que sabía es que me caías bien, me parecías una buena chica y me figuro por las sonrisas y palabras que me dedicabas en los recreos que yo significaba lo mismo para ti. Aparte de eso, me habías demostrado que eras lo que le puede considerar una “tía legal” en una excursión de ese mismo curso de 2º de la ESO, que fue, por cierto, una de las peores experiencias de mi vida. Lo realmente importante es que cuando me viste llorar desesperadamente, sin apenas conocerme de nada, me miraste con cariño y me dijiste: “Leyla, tranquila mujer no pasa nada ¿vale? Venga no llores más, ya verás como no es nada.” Me acariciaste el brazo en lo que yo interpreté como un claro gesto de “no estás sola” y efectivamente me hiciste sentir mucho mejor. Respecto al mensaje, no recuerdo si finalmente fui yo la que te llamé o fuiste tú, pero sí recuerdo que lo contestaste diciendo que te apetecería mucho salir conmigo y que te parecía genial. Aún a día de hoy, seis meses después de tu partida doy gracias a Dios que se me ocurriese enviarte ese mensaje, y sé que lo agradeceré durante toda mi vida, porque creo que ese fue el punto de partida de lo que después se convertiría en una gran y profunda amistad.

“¡Leyla, baja ya!” “Ya voy mamá, ya estoy acabando” le dije a mi madre después de que ésta me hubiese llamado por tercera vez para que bajase a comer. Estaba sentada en mi escritorio, escribiendo la carta que te daría esa misma tarde cuando nos despidiésemos y que deberías abrir sólo y exclusivamente cuando estuvieses en el avión. No sé si cumpliste tu promesa o la curiosidad fue más fuerte, pero confío en que respetases mi petición porque confío en ti. Metí apresuradamente la carta en el sobre junto con mi colgante en forma de cruz plateada que espero esté contigo en estos momentos y cerré el sobre. Mi madre volvió a llamarme para comer y convenía no hacerla esperar más tiempo, pues empezaba a sonar enfadada, como siempre que tardaba mucho en bajar de mi habitación. Me sequé las lágrimas que se habían deslizado súbitamente por mis mejillas y bajé las escaleras hasta la cocina para comer con mis padres, mi hermano y mi prima que también estaba en mi casa, pues había venido de mañana para ayudarme a preparar la fiesta sorpresa que te daríamos todos esa misma tarde. Sonreí para mí cuando pensé en la palabra “todos”. Sí, había dicho bien “todos”. Hubo un tiempo en el que sólo estábamos tú y yo, pero poco a poco habíamos encontrado otras personas como nosotras y formamos un bonito grupo que a día de hoy ha vuelto a cambiar notablemente. Desgraciadamente todo cambia y nuestros amigos también lo hacen, pero en fin, en ese momento teníamos un bonito grupo con el que nosotras dos ni siquiera habíamos soñado. Seríamos catorce en aquella fiesta. Catorce personas, catorce amigos… que se dice pronto. Tal vez a muchos les parezca una ridiculez pero quien les diera a muchos disponer de catorce personas que acudieran a despedirte el día en que te marchas a 5000Km de distancia. Me pregunto de cuantas personas dispondría yo de ocurrirme esto algún día. En estas cavilaciones andaba cuando de repente, otra de esas imágenes que no eran sino recuerdos me transportó muy lejos de allí, un par de años atrás.

“Llevábamos apenas unas semanas juntas y nos sentíamos realmente a gusto la una con la otra. Ambas estábamos solas y perdidas y fue entonces cuando, la suerte, la casualidad, el destino o como lo quieras llamar, hizo que nos encontrásemos. Como agua de mayo, como la lluvia después de una sequía, como un rayo de sol en la sombra más siniestra, como una gota de esperanza en el vaso de la resignación. Eso éramos nosotras. No estábamos seguras de si la cosa cuajaría y nos haríamos amigas íntimas o simplemente éramos "compis" de verano. Pero no nos importaba. Las dos nos merecíamos ser felices y no pensar en el mañana durante una temporada. Tal vez fue eso lo que nos llevó a ambas a aquel parquecito al lado del lago. Habíamos cogido las bicis a eso de las cuatro de la tarde para hacer un poco de ejercicio, cosa que nos fascinaba, y sin saber exactamente por qué, pasamos los columpios donde solíamos parar a tomar mi “maxibom” de vainilla y tu “cheesecake” y continuamos y continuamos, tal vez buscando un sitio más íntimo, más privado, más nuestro. Y lo encontramos, tras unos árboles que no permitían verlo desde la carretera apareció, como por arte de magia. Estaba allí, un sitio demasiado maravilloso, para que no hubiese ni un alma, lo que lo hacia aún más perfecto. Era un día soleado, de esos en los que a mediados de Julio la gente se pasa la tarde en la playa, pero no nosotras, nunca nos había hecho demasiada gracia apalancarnos en la playa, otra de las cosas que teníamos en común. Había unos banquitos al borde del muro que las separaba del lago cuyas aguas estaban ese día altas y relucientes por no hablar del intenso color verde de la hierba que lo rodeaba y que le daba un aspecto todavía más idílico. Yo inspiré y expiré suavemente. Sí, estaba segura de que aquél, era un lugar diferente y apenas bajamos de la bici y nos sentamos en la toalla me percaté de que era cierto. Ninguna de las dos sabíamos exactamente el por qué, pero en aquel parquecito los problemas se esfumaban de nuestra cabeza y una sensación de bienestar inundaba nuestra mente.

“Este sitio es maravilloso ¿no te parece?”-te dije “Sí, está genial. Nunca lo había visto.”-me contestaste. “Deberíamos ponerle un nombre ¿no te parece?” “Sí, mujer sí”- te burlaste, con esa cara que ponías cuando querías meterte conmigo. “No, en serio, este lugar es mágico”.- te dije convencida. Acabaste por rendirte; “A ver, ¿El parque mágico” “No, eso suena a parque de atracciones infantil” Lo pensé un instante “El Rincón Mágico, sí definitivamente este será nuestro rincón mágico” Volviste a poner esa cara de circunstancia que tanto me fastidiaba y que ahora moriría por volver a ver : “Oye, suena bien.”

A pesar de tus burlas y de meterte con mi “faceta romántica” como la llamabas, sé que en el fondo tú también lo sentiste. Aquel lugar era nuestro y sólo nuestro. Y de hecho, sería allí adonde acudiríamos siempre tras un problema. Pasara lo que pasase y fuese cual fuese nuestro estado de ánimo antes de llegar al parque, una vez allí nada importaba. Sólo estábamos tú, yo y la que ya es y será siempre nuestra canción: “Behind these hazel eyes” de Kelly Clarkson.
Pocos días después de tu partida volví a ese parque, el parque donde nosotras, dos chicas en proceso de conocerse, nos hicimos las mejores amigas del mundo y no volvimos a sentirnos solas nunca más. Sin embargo, no era lo mismo. El parque estaba ahí, tan radiante como siempre y aunque la sensación de calma insólita prevalecía, era como si una parte importante se hubiera esfumado, aquella que lo hacía parecer realmente mágico.

Tal vez lo mágico del parque no era el lugar, sino nosotras. Tú conmigo, yo contigo, nada más. Ahora era como si el parque te echase de menos, porque seguía aquí, como yo. Mi corazón siempre estará en ese parque Melisa, esperando a que contigo, vuelva la magia a ese lugar.”


Bueno, creo que con este ya hemos acabado” le dije mi prima tras acabar de hinchar el último globo. La música estaba preparada, el regalo en su lugar, la presentación con todas nuestras fotos lista. “Leyla, todo va a salir bien ¿vale? No te preocupes” Mi prima se había dado cuenta de mi nerviosismo. No podía pararme quieta, necesitaba estar haciendo algo todo el tiempo, no podía dejarle a mi mente ni un solo segundo para que se diese cuenta de porqué estaba haciendo todo lo que hacía. La verdadera causa de todo aquello: de los globos, de la presentación, del regalo…Me limitaba a hacerlo concentrándome al máximo en la tarea como si se me fuese la vida en ello y por el momento estaba funcionando. Aparte del destrozo que mis dientes habían causado en mis uñas y el abundante plato de comida del mediodía que se había ido derechito a la basura sin estrenar, no se habían producido más daños colaterales.

La gente empezaría a llegar de un momento a otro, Jessica haría de gancho mientras los demás nos reuníamos en mi casa a las 7. Todo estaba listo. Una perfecta despedida… aunque para mí no tuviese ese significado de verdad. Era el último día que estaríamos juntos, el último día que te reirías de los comentarios de Damían; el último día de las miradas de Ana, de los abrazos de Jessica, de las locuras de Nere… la última foto, los últimos abrazos. Era la última vez de muchas cosas que nunca volverían a ser como antes y el olor a despedida ya se apreciaba en el ambiente y entraba por mis fosas nasales arrasando mis pulmones. Tenía tantas ganas de llorar… pero no, no podía, tenía que ser fuerte. Me mordí la lengua casi con saña y busqué algún globo más para hinchar o para explotar o para lo que fuese. Necesitaba estar ocupada, no pensar en nada en concreto antes de que… tarde. Un nuevo recuerdo, una nueva vivencia se apareció en mi cabeza antes de que pudiese hacer nada por evitarlo.

Sólo lloraba. Mis ojos segregaban lágrimas una tras otra sin pausa alguna. No me podía creer lo que estaba pasando. Habíamos pasado por muchas cosas, por muy malos momentos causados por esta injustísima vida, pero nunca había sido tan real. Te ibas y esta vez para siempre. No había marcha atrás y tampoco había otra solución. Sabía que era lo mejor para ti, lo sabía y sin embargo, por primera vez no me importaba. No quería ser razonable, no quería ser altruista. NO. Esta vez quería comportarme como una niña mimada, enfadarme, enfadarme con el mundo, con la vida. ¿Quién se creía que era para arrebatármela de esa manera? Y lo más importante ¿Por qué? ¿Por qué tenían que irse las personas de tu vida? ¿Por qué era siempre un reemplazo y no un suma y sigue? ¿Por qué ahora? Mis ojos seguían llorando, no yo, sino mis ojos. Ya no tenía ganas de llorar y de hecho, no lo estaba haciendo, pero como si se hubiesen acostumbrado a ello mis ojos no paraban de expulsar lágrimas y más lágrimas.

Tú seguías abrazándome con fuerza y aunque te esforzaras por ocultarlo también llorabas. Por fin nos calmamos un poco y pudimos hablar de la situación. Sería en Septiembre: tres meses. Ese era el plazo, día arriba día abajo. Disponíamos de tres meses para llenarnos de vivencias, para inundarnos de recuerdos, para empezar a echarnos de menos. Tres meses era mucho menos que toda la vida, pero era más que nada y tal vez fue ese período y esa continua cuenta atrás lo que hizo que viviéramos cada día con la mayor de las intensidades, porque sabíamos que no volveríamos a tener la oportunidad de hacerlo. Y así fue, un continuo Carpe Diem: cada día era una aventura por muy pequeño que fuese el plan; cada instante, cada sonrisa, cada abrazo, cada uno de los momentos era único y ciertamente irrepetible. Así pasamos un verano más; nuestro tercer verano y tal vez el último. Fue increíble. Fueron días de excursiones, de fiestas de pijamas, de acampadas… Todo parecía tan perfecto… Estaba siendo el mejor verano de mi vida y fue justamente ese verano cuando comencé a creer que los momentos de película existen. Como en aquella campada…en uno de mis “arranques bohemios y románticos” como tú decías. Estábamos todos dentro de la tienda escuchando música y riendo a carcajadas cuando me dio por salir fuera. Me llevé una manta gorda y una linterna y me acosté en la húmeda hierba. Como siempre hacías cada vez que me entraba la melancolía viniste junto a mí y te acostaste también. Eso es lo que más gusta de ti. Siempre sabes cuando me pica algo y donde me pica, del mismo modo que yo conozco todas y cada una de tus miradas con todos y cada uno de sus significados ocultos. Podría decirse que tenemos una especie de sinestesia. Al poco rato, los demás salieron de la tienda, de modo que acabamos todos juntos en la manta. “¿Qué hacéis?” preguntaron. Tú me miraste, yo sonreí y contesté “mirar las estrellas”. Hablamos del futuro, de lo que nos depararía a cada uno, de sí recordaríamos noches como aquella cuando nuestros caminos se separasen inevitablemente. Y entonces se produjo: nos habíamos cogido de las manos, en mi móvil sonaba una canción de despedida y de esperanza y el cielo comenzó a llenarse de estrellas fugaces… era un momento de película; el momento de película que estoy segura ninguno de nosotros jamás olvidará, sea lo que sea lo que el futuro nos aguarde. No recuerdo cuentas estrellas fugaces vimos aquella noche, ni a cuantas le pedí que ese momento no se acabase nunca, pero recuerdo que a una le pedí mi mayor deseo en aquellos instantes, deseo que guardé cuidadosamente en mi corazón con la esperanza de que se cumpliera algún día.

¡SORPRESA! Lo habíamos conseguido, no habías sospechado absolutamente nada y tu cara al vernos fue un vivo reflejo de ello. Todos fueron a abrazarte y una vez se hubo disipado el revuelo viniste junto a mí con cara acusadora: “Leeylaa, te mato” Sonreí: “No seas tonta. ¿De verdad creías que ibas a irte así sin más, sin una insufrible fiesta sorpresa? ¿Por quién me tomas?” Me sonreíste y me miraste con tu mirada que significa “Gracias” aunque de tus labios salió algo así como “Eres de lo peor”. Te contesté- “Lo sé, y ahora vete ahí abajo y disfruta; es solo para ti”. Y así fue: comimos, charlamos, reímos, vimos la presentación de las fotos, le dimos los regalos... el planning se había cumplido a la perfección pero a medida que pasaban los minutos, la presión que llevaba reteniendo en mi estómago desde esa mañana se hacía más y más fuerte y al parecer no era yo a la única a la que le estaba ocurriendo esto. El olor a despedida era ya demasiado evidente y las sonrisas pasaron a ser nerviosismo e impotencia. A las 10 de la noche era el momento de recoger, de marcharse… y fue también, como no, el momento de las lágrimas: mi prima, Jessica, Ana, Nere, Sofi y Claudia no pudieron aguantarse y lloraron intensamente… los chicos se movían nerviosos de un lado para otro sin saber que hacer y sé que alguno ocultó disimuladamente alguna que otra lagrimilla. Todos, uno a uno se fueron despidiendo, despidiéndose para siempre, y entonces sólo quedamos tú y yo. Te di la carta y la primera lágrima afloró en mis ojos sin previo aviso. La sequé rápidamente con la manga de mi chaqueta. No, no iba a llorar, no quería hacértelo más difícil de lo que ya era para ti. Bajamos las escaleras y a medida que mis pies cambiaban de escalón y me aproximaba unos centímetros más a la puerta de mi casa, un remolino de emociones ascendía desde mi estómago (séptimo escalón) pasando por el pecho (noveno escalón) llegando a la garganta, último escalón. Cada uno de los siguientes movimientos se reprodujeron muy lentamente en mi cabeza: abriste la puerta, salimos fuera, te giraste hacia mí, te miré… iba a pronunciar ese “Adiós” ensayado durante los últimos tres meses cuando, sin previo aviso, todos y cada uno de mis sentimientos salieron disparados como el corcho de una botella de champagne y ya no pude parar de llorar. Te abracé fuertemente, más fuerte que nunca , hundí mi cara en tu pelo y memoricé todas y cada unas de las sensaciones que estaba viviendo: el olor de tu perfume, que tanto me gustaba, la suavidad de tu precioso pelo, tus brazos alrededor de mi espalda, las palabras que pronunciabas en mi oído… absolutamente todo. Te abracé en un abrazo eterno. No quería soltarte, no podía hacerlo, porque sabía que cuando te soltara te irías de mi lado, tal vez para siempre. Te di besos y más besos y volví a abrazarte llorando de una forma sobrehumana. Todos mis esfuerzos habían sido en vano, finalmente me había derrumbado. Mi corazón se desgarraba por momentos y en un instante, nada tuvo sentido ya. Nos soltamos, me cogiste la mano: “Gracias por todo lo que has hecho por mí. Te quiero mucho Leyla, no lo olvides nunca ¿de acuerdo?” No llorabas, sé que querías hacerlo pero tú sí fuiste fuerte…Sé que lloraste después y mucho, porque te conozco, pero en ese momento conseguiste reprimirlo. “No tienes nada que agradecerme. Siempre podrás contar conmigo Melissa. Te quiero muchísimo. Por favor, no me olvides.” te dije con dificultad. “Eso nunca, te lo prometo. Siempre estaremos juntas” Volvimos a abrazarnos ya por última vez y una parte de mi desgarrada alma se quedó contigo para siempre, justo en ese instante. Nos separamos, me sequé las lágrimas rápidamente para poder verte bien mientras te dirigías al final de la calle sin mirar atrás y entonces, antes de dar la vuelta a la esquina, te volviste, sonreíste y me miraste con una de tus miradas; la conocía, las conozco todas, era tu mirada de “Volveremos a estar juntas” Me aferré con fuerza a esos últimos segundos y entonces torciste la esquina y te fuiste, tal vez para siempre. Estabas ahí al otro lado de la esquina, podía correr y alcanzarte pero no, te habías ido y esa fue nuestra despedida.

No sé cuantas horas seguidas estuve llorando después, ni cuando conseguí calmarme del todo pero, sí sé cual fue el último de los recuerdos que vino a mi cabeza ese día y con el cual me levanto ahora absolutamente todas las mañanas:

Con tus ojos, tú mirada y tu particular forma de decirme que Volveremos a estar juntas”