martes, 8 de diciembre de 2009

Ganas de ti.

Me miraste desde el fondo de la habitación y bastó esa milésima de segundo para saber cuáles eran tus intenciones. Sin apartar tus perfectos ojos de mi rostro en apariencia indiferente, avanzabas con confianza, con la determinación de una difícil decisión previamente tomada, con el anhelo de quien ha preparado una sorpresa... Te acercabas a mí con un beso en los labios; pude verlo incluso antes de que existiera, en el momento en que abriste la puerta, lo supe. Tus labios habían confeccionado un beso sólo a mi medida, para nadie más.
Cada paso que dabas estaba sincronizado con mis latidos. Estoy convencida de que si en aquel momento te hubieses detenido mi corazón se habría parado contigo. Y entonces llegaste a tu destino. Tus manos, siempre tan cálidas, sostuvieron las mías que no paraban de temblar. Después elevaste tu mano derecha y con tus dedos dibujaste el contorno de mi mejilla y de mi cuello... suavemente, sin prisa. Colocaste tu mano izquierda en mi cintura y me acercaste más a tu cuerpo. Podía sentir el calor que desprendías, tu aliento en mi frente, tu incansable mirada. Y ahí estaba, a cinco centímetros de mí, sobre tus tiernos labios... ese beso, mí beso. El corazón estaba a punto de salir galopando de mi pecho. Cerraste los ojos y yo te imité. Quería saborearlo, grabarlo en mi mente con toda la exactitud que me fuese posible. Tu respiración se volvió más intensa y nuestros labios estaban más cerca de lo que nunca podrían estar sin llegar a tocarse y entonces, sólo entonces...me desperté.



Tania Rodríguez 2º A Bachillerato.