Cada paso que dabas estaba sincronizado con mis latidos. Estoy convencida de que si en aquel momento te hubieses detenido mi corazón se habría parado contigo. Y entonces llegaste a tu destino. Tus manos, siempre tan cálidas, sostuvieron las mías que no paraban de temblar. Después elevaste tu mano derecha y con tus dedos dibujaste el contorno de mi mejilla y de mi cuello... suavemente, sin prisa. Colocaste tu mano izquierda en mi cintura y me acercaste más a tu cuerpo. Podía sentir el calor que desprendías, tu aliento en mi frente, tu incansable mirada. Y ahí estaba, a cinco centímetros de mí, sobre tus tiernos labios... ese beso, mí beso. El corazón estaba a punto de salir galopando de mi pecho. Cerraste los ojos y yo te imité. Quería saborearlo, grabarlo en mi mente con toda la exactitud que me fuese posible. Tu respiración se volvió más intensa y nuestros labios estaban más cerca de lo que nunca podrían estar sin llegar a tocarse y entonces, sólo entonces...me desperté.
Tania Rodríguez 2º A Bachillerato.